En 1888, Georges Méliès adquirió el Théâtre Robert-Houdin y lo utilizó como espacio para espectáculos de magia. Poco después de ver la primera proyección del cinématographe de los Lumières en el Grand Café en 1895, Méliès, quien había crecido jugando con máquinas en la fábrica de zapatos de su padre, invirtió en tecnología cinematográfica. Pensaba incorporar el cinématographe a sus actuaciones en el teatro, pero acabó grabando en película muchos de sus trucos de magia. La particular habilidad de Méliès de dotar al cine de su propia magia tecnológica allanó el camino para la posterior historia de los efectos especiales.