El mundo llega a París

A finales del siglo XIX, los ciudadanos de Francia estaban firmemente convencidos de que su cultura y sus valores eran universales. La manifestación más destacada de esta idea fue una serie de Expositions Universelles (Exposiciones Universales) en París, a las que asistieron millones de personas, que expusieron de forma destacada los logros franceses en materia de arte y tecnología. Tal vez ninguna estructura de la época rivalice con la Torre Eiffel, que se construyó para la exposición de 1889 y mostró las últimas innovaciones en ingeniería.

Además de productos, máquinas y obras de arte, estas exposiciones ofrecían espectáculos de todo tipo, desde bailes hasta zoológicos humanos, que reforzaban las ideas europeas u occidentales sobre la diferencia racial y cultural. Los habitantes de las regiones, colonias y otros lugares franceses considerados “primitivos” y/o “exóticos” se traían a París bajo diversas condiciones: algunos bajo contrato con los exhibidores, otros de forma violenta y contra su voluntad. Vestidos con ropas tradicionales (y a veces fabricadas), simulaban actividades como la preparación de alimentos, la elaboración de artesanías, la danza o la realización de ritos ceremoniales. Presentadas como entretenimiento, estas exhibiciones permitían al público que pagaba satisfacer su curiosidad y justificaban la expansión imperialista europea. 

La fotografía y el cine desempeñaron papeles importantes a la hora de registrar y publicitar estos espectáculos, junto con pinturas, acuarelas, carteles, grabados, tarjetas postales, publicaciones periódicas ilustradas y juguetes. Este amplio abanico de recuerdos coleccionables y de obras de arte, que atraían a los visitantes locales y mundiales, ampliaron el impacto de las Expositions Universelles.