Mundos para crear mundos

La palabra “estudio”, comúnmente utilizada para los espacios de trabajo de los artistas, llegó a definir también los lugares de rodaje. Desde el punto de vista práctico, ambas actividades requieren un amplio espacio y una iluminación cuidadosamente controlada: los primeros cineastas, como Georges Méliès, aprendieron rápidamente que la verosimilitud cinematográfica dependía del artificio. Al mismo tiempo, el estudio permitía la construcción de escenarios fantásticos: tan pronto como los cineastas lograban con esmero una ilusión convincente, la desbarataban alegremente mediante trucos y efectos. 

Desde una perspectiva intelectual, tanto los estudios de los artistas como los de los cineastas son lugares de experimentación creativa, similares a los laboratorios científicos. El arte y la industria estaban cada vez más entrelazados durante este periodo, y las exploraciones del movimiento, el color y la luz interesaban tanto a los artistas como a los científicos. Étienne-Jules Marey, Eadweard Muybridge y Edgar Degas realizaron estudios pioneros sobre el movimiento; Michel Eugène Chevreul, Auguste y Louis Lumière y los neoimpresionistas llevaron a cabo análisis del color; y Claude Monet realizó estudios sobre la luz en plein air. 

Los métodos experimentales practicados en los estudios artísticos, fotográficos y cinematográficos implicaban a menudo la reproducibilidad. Esto, a su vez, se convirtió en una cualidad definitoria de la cultura material moderna: primero en forma de impresiones y fotografías, y finalmente en la industria global del cine.