Desde la antigüedad, se han utilizado piedras variegadas debido a sus cualidades colorísticas en el arte de la escultura. El camafeo de Egipto explota las tres capas de color en una pieza de ágata con bandas para distinguir dos figuras delante de un fondo negro. Lo que el retrato camafeo del siglo XIX carece en color, lo compensa con detalle y precisión. Las marcas zigzagueantes de la amatista elegida para la figura de una emperatriz insinúan los patrones decorativos de su falda, mientras que las marcas esponjosas del ágata musgoso aluden al pelaje irregular de la tabaquera con forma de perro. Las composiciones de la escultura religiosa como la figura biomórfica se alinean perfectamente con los colores y las marcas naturales de las piedras a partir de las que se grabaron.