En la década de 1930, y ante una guerra inminente, los artistas de la Escuela de la Bauhaus huyeron de Alemania y esparcieron por todo el mundo la pedagogía basada en el uso de materiales, la filosofía holística y la ética de diseño de la escuela. Anni Albers gestionó el legado del taller textil en las Américas. Mediante la combinación de la enseñanza y la escritura con una práctica de telar manual, Albers dominó el discurso textil por el resto del siglo.

En la década de 1940, mientras enseñaba en Black Mountain College en Carolina del Norte, se embarcó en una amplia exploración del arte textil, sus propiedades fundamentales, las técnicas y el rol que podría cumplir en la sociedad. Una generación más joven, Sheila Hicks y sus colegas compartían el compromiso de Albers hacia la experimentación formal; y, como Albers, también veneraban aquellos tejidos precolombinos en cuyos entramados amplios e históricos encontraban inspiración. Al considerar la línea, el filamento y el hilo como semejantes, reimaginaron de forma radical el género paradigmático del tejido: el tapiz.

En la década de 1960, artistas como Eva Hesse se comprometieron con modos de creación artística guiados por el proceso y adoptaron materiales presentes en la vida cotidiana, como soga, cuerda y cordel, para desafiar el hermetismo de los lenguajes de abstracción geométrica que predominaban en ese momento. No seguras, sin embargo, de las connotaciones humildes, domésticas y femeninas que se asociaban a las artesanías, rara vez desafiaban las estrictas divisiones disciplinarias que separaban las artes aplicadas de las bellas artes. A excepción de Agnes Martin y Gego, también ignoraban o descartaban los puntos en común —en cuanto a forma, material y, a menudo, técnica— que alineaban su trabajo con el de sus colegas. Desde Lenore Tawney hasta Olga de Amaral, y otras artistas, se involucraron en el uso de la fibra, sus historias y sus tecnologías.

Hacia 2011, la artista alemana Rosemarie Trockel comenzó una serie de pinturas de lana a una escala modesta que constaban de líneas de hilo paralelas tensadas sobre una superficie de lienzo. Algunas de las pinturas, como Passion (Pasión), rinden homenaje a Martin, una artista a quien Trockel admiraba desde hacía tiempo. Al canalizar el trabajo canónico de Martin, Trockel inició, por extensión, un diálogo con Tawney y sus pares. Sus obras innovadoras, basadas en materializaciones lineares dinámicas, socavan las designaciones jerárquicas de las formas de arte establecidas tradicionales que se sostienen en la especificidad del medio.