Estas pinturas documentan los objetos confiscados por la Inquisición en las décadas posteriores a la caída de Tenochtitlan. Además de proporcionar un registro de los tesoros robados, estas obras subrayan la amenaza constante que la Corona española suponía para las vidas, las prácticas y las relaciones de los indígenas, y también narran historias de actos de resistencia nahua al control colonial. Al caer la ciudad, Miguel Tlaylotlac y otros miembros de la comunidad resguardaron las efigies sagradas que se encontraban en el Templo de Huitzilopochtli y las mantuvieron a salvo hasta que las autoridades tuvieron conocimento de ellas. Martín Ocelotl, un destacado especialista en rituales entre los nahuas, había protegido de forma similar los preciados efectos de la realeza mexica hasta que las autoridades españolas le acusaron de idolatría y confiscaron estos objetos.