En estos dos mapas facsimilares, vemos la continuidad de las imágenes cartográficas de Mesoamérica en el siglo XVI. Las formas arremolinadas y enrolladas evocan el movimiento fluido de los ríos. Los verdes cerros de Colipa llevan el tradicional patrón de puntos y cuadrículas que simboliza la piel rugosa de la tierra cocodrílica. También hay elementos europeos, como las iglesias que surgen como centros regionales, reconfigurando los paisajes en torno a nuevos ejes. Además, la escritura alfabética proporciona un medio visual distintivo para codificar las historias vivas de nuevas maneras. El mapa de Tezontepec, en particular, destaca la dualidad y complementariedad del paisaje posterior a la conquista: a la derecha, un pico dominante, coloreado en blanco, y su cavernosa cantera en forma de U en rosa, amarillo y verde, y a la izquierda, la fachada rectilínea del convento de los agustinos, representada en los mismos colores. Los dos elementos se reflejan mutuamente, una pareja equilibrada que unifica los lugares sagrados de la creación.